La intimidad de las flores
La flor es única y exclusivamente sexo. Una afirmación que sorprende por parecer demasiado contundente, pero es totalmente cierta. Porque el resto de las características de cualquier flor –la diversidad de tonalidades, el perfume que exhala, la variedad de especies, su valor decorativo- no pasa de la pura fantasía. Todos son trucos que usa para ser fertilizada, pues la principal función de los colores consiste en ser fecundadas a través de la polinización. Y para conseguirlo se sirven de sus colores, de sus perfumes e incluso de sus hedores (al menos para el olfato humano).
Con este único objetivo utiliza todas las tretas, hasta la de aprisionar a los insectos. La polinización se realiza de diferentes maneras: a través de los insectos (entonces se llama entomófila), usando el viento como transporte (o anemofilia), o bien mediante el agua (hidrófila). La flor cambia de color, ofrece los aromas más ricos o los olores más repugnantes y segrega sustancias azucaradas o viscosas para atraer a los animales, para hacerles caer en la trampa. Algunas, no obstante son fecundadas por sí mismas.
No vamos a entrar ahora en el tema de las diferencias existentes entre sexualidad vegetal y animal. Sería una discusión bizantina. Pero si vamos a hablar de la función de los órganos reproductores de las flores. Los órganos reproductores se encuentran en la yema. Desde este punto de vista, las partes más importantes son los estambres y el pistilo, que también reciben el nombre de androceo y gineceo, respectivamente. El androceo, el aparato masculino, está formado por los estambres, unos filamentos situados en el centro de la flor que llevan el polen, que es el elemento fecundador.
El pistilo, por el contrario, reúne el conjunto de órganos, donde está el ovario que más adelante será el fruto. En el ovario se encuentran los óvulos, unos corpúsculos, a modo de huevos por lo general, que se forman en la placenta. Los óvulos, una vez fecundados por los granos de polen, están destinados a convertirse en semillas.
En la corola, que puede ser de maneras muy diferentes, tiene lugar la secreción de los aromas que, junto con los colores, serán elementos que atraerán a los insectos.
Hay flores hermafroditas, es decir, que poseen a la vez androceo y gineceo. Las que tienen gineceo son plantas femeninas; y las que no tienen gineceo son las masculinas. En estos dos últimos casos se llaman también unisexuales. Puede ocurrir asimismo, que la planta no pose a ninguno de ambos órganos, entonces será neutra y por tanto, estéril.
La esterilidad de las flores está motivada por varias causas; puede deberse a la mala calidad del polen, a que éste no se ha formado o, principalmente, a que los granos no han sido capaces de entrar en contacto con el estigma, órgano cuya misión consiste en sujetar el polvillo del polen. Para efectuar mejor su labor, el estigma suele producir unas sustancias pegajosas y dulces, pero en ocasiones estos recursos no bastan para lograr la fecundización. La esterilidad no es nada frecuente entre las flores hermafroditas, pues la proximidad de los órganos masculinos y femeninos facilita la fecundación. Puede ocurrir que el estigma aparezca unido directamente al ovario (entonces se llama sexil).
Cuando llega el momento adecuado, la flor abre sus anteras que son una especie de bolsitas contenedoras del polen; los granos de polen son trasportados hasta el estima, iniciándose de este modo el primer paso para la fecundación. Pero para que los óvulos sean fertilizados y se conviertan en semillas, es preciso que el polen reúna las condiciones oportunas.
Fuente | Revista Nacional Geographic
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