El peligro de los tiburones, más mito que realidad

El peligro de los tiburones, más mito que realidad

Escrito por: Cristina    5 diciembre 2008    2 minutos

La peligrosidad de los tiburones es «más mito que realidad», a juicio de Pablo Díez Galán, jefe de acuaristas en el Acuario de Gijón, quien sostiene que estos animales prefieren comer pescado antes que carne humana, y que cuando sucede lo contrario es porque se confunden o se desorientan.

Pablo Díez lleva tres años trabajando en el acuario, desde su apertura, y es uno de los encargados de alimentar a ‘los reyes’ de la instalación: los tiburones.

Según destaca en una entrevista, este acuario es el más diverso de España, al contar con más de tres mil animales marinos de quinientas especies, entre los que destacan los siete tiburones traídos desde Estados Unidos, Francia y O Grove (Galicia).


Pablo Díez asegura que no pasa miedo cuando se mete en el tanque con los tiburones e incluso comenta que «dar de comer a las tortugas es más peligroso, y de hecho ya han mordido a los buzos en un par de ocasiones y hay que andar con cuatro ojos».

La alimentación de los tiburones se realiza dos días a la semana, los lunes y los viernes, ya que no comen a diario porque tienen un metabolismo muy lento. Pueden llegar a engullir dos kilos de merluza o chipirones al día, pero el instinto no les hace atacar a otros peces que conviven en su mismo tanque.

Para alimentarles, es fundamental las medidas de protección. Dos buceadores, entre los que se encuentra Pablo Díez, se cubren el brazo con un guante metálico y, además, cuidan de que no les ataque alguno de estos animales por la espalda.

Fuera del tanque, un compañero del acuario apunta lo que va comiendo cada animal para controlar que la alimentación de cada especie es la más adecuada. Los siete tiburones del acuario de Gijón comparten tanque con las tortugas marinas que llegaron de Florida, EEUU, las preferidas de Pablo Díez, como él mismo confiesa.

El traslado de los tiburones del acuario no fue fácil. Llegaron de Florida en avión y muchos sufrieron las consecuencias de la adaptación a la vida en cautividad.

Cuando a un pez, sea de la especie que sea, se le saca de su hábitat, el animal pasa unos veinte días en cuarentena para comprobar que no sufre ningún tipo de anomalía o enfermedad que pudiese contagiar al resto de peces. Tras pasar un periodo de observación se le coloca en una especie de jaula una semana para que el resto de animales se acostumbren a su presencia y evitar posteriores ataques.

Vía | Ecodiario

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