La singular historia de la cigüeña que demostró la migración de las aves
En la antigüedad, los animales suscitaban multitud de misterios para el ser humano. Si bien los animales habían acompañado al ser humano desde los albores de su existencia, su compartimento no era comprendido en muchas ocasiones. De todos estos seres, las aves han sido siempre las que mayor asombro suscitaron e incluso se creía que en su vuelo se podía adivinar los planes de los dioses.
La capacidad de volar ha hecho que las aves tengan una gran movilidad, mientras que la humanidad por muchos siglos ha estado anclada en la tierra, incapaz de recorrer grandes distancias y seguir la pista a las aves. Por eso, cuando llegaba el invierno y muchas de las aves desaparecían, los hombres se planteaban lo que ocurría con ellas. Algunos como Aristóteles aventuraron que las cigüeñas probablemente «hibernaban como los osos«.
Una reflexión errónea por parte del gran filósofo griego, que sin embargo, no va desencaminada en el fondo de la cuestión. Como se demostraría mucho más tarde, muchas aves migran a territorios cálidos cuando llega el invierno. En este sentido, fue precisamente una cigüeña la artífice para que se desentrañase este misterio que rondaba la mente inquieta de los seres humanos por tanto tiempo.
El primer ejemplo con el que se encontraron los seres humanos que ejemplificaba la migración ocurrió el 21 de mayo de 1822 en el Castillo Bothmer en el norte de Alemania. Allí, fue abatida una cigüeña blanca que llevaba en su cuello una flecha de casi 80 cm de longitud y origen centroafricano.
En algún momento de su viaje por África, este ave fue disparada con un arco alojandose la flecha en su cuello. Su infortunio serviría para sentar las primeras bases científicas de que algunas aves migraban a territorios más cálidos en invierno. Un primer caso, que sin embargo no fue el único, lo que terminó por evidenciar estos viajes.
Fuente: El Diario.es
Fotografía | Jorgerubio.es
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