El viejo de la montaña (II)

El viejo de la montaña (II)

Escrito por: Leticia    10 julio 2010    1 minuto

Durante el invierno, el ‘viejo de la montaña’ gusta de frecuentar las pendientes y las cornisas expuestas al viento que arrastra las nieves. Allí se alimenta de los restos de vegetales. Todo le sirve, tanto si está seco, como si está helado o endurecido, todo lo rumia una y otra vez.

La vida fácil de este animal implica, no obstante, algunos riesgos y peligros. La fusión de las nieves en la primavera está llena de peligros: avalanchas, deslizamiento de rocas o de hielos, frecuentes torrentes.

La cabra los evita de ordinario, escalando los picos, por encima del punto de partida de los aludes. O bien, con un hábil vaivén gana un saliente, desde donde, gruñendo, contempla las piedras que van dando tumbos por la pendiente.

En verano, los riegos son diferentes. El más temible es debido a la presencia del puma. Avanzando fuera del bosque, éste puede introducirse subrepticiamente y esconderse detrás de las rocas, silencioso, pero siempre presto a saltar.

Para poder defenderse cuenta con dos finos puñales: sus cuernos. Afilados como navajas, estas armas se hunden hasta herir al enemigo y después de una fuerte sacudida brutal, lo proyecta a lo lejos, aullando del dolor.

De todos los habitantes de la montaña dignos de nota, uno de los peor conocidos es la cabra. Para no ser vista, le basta con mantenerse inmóvil, y esto es lo que hace con mayor frecuencia. Y entonces no es sino una pequeña mancha de nieve sobre las rocas.

Fuente | Maravillas de la Naturaleza
Foto | Flickr – Miguel V Martinez